1

Los ojos del ave
retumban en mi pecho;

corazón
de un maestro de secundaria
que se mira en los ojos
de la ciudad:
silueta de un pájaro que
en su negrura oculta esa naturaleza
que tropieza siempre
con sus propias piernas
ahítas,
dulces,
envueltas
en sus tristes ensoñaciones
de un andar
solo trinando.

Un maestro
que camina
sobre el agua puerca
sin pensar
si la lluvia es buena
o mala
para su sed
y aun así
la bebe;

ese frenesí de antaño
que nos busca
cuando todo ha terminado:
en los vidrios rotos,
en las miradas
que solicitan refugio
y se esconden entre
la ropa vieja
del consuelo;
tristeza de antes,
de siempre,
fulgor mal gastado
que estampa sus rodillas
en un piso de piedra
y espejos;

la persistencia
de ese destello
que oculta
el límite
del ojo
sin pensar que pueda
haber un mal mayor
entre yo mismo
y mis reflejos.

2

Las miradas ajenas
que se escondían en lo profundo
de los charcos.
Las voces,
las habladas
entre callejuelas,
murmullos
y
los ojos
buitres acusadores
recelosos de su carroña;
los gestos,
el rostro
un pobre
teatro de pueblo
donde se representan
tristes comedias;

las bolsas de la basura
que cortan el transitar
de los involuntarios paseantes
y los obliga a tirar patadas
en rebeldía a su destino;

la noche en todos lados,
frente al árbol
pero sobre todo
tras los ojos del viejo
que vende papas,
perenne,
afuera de todas las escuelas
del mundo;

esta lozanía,
este valle de sombras
evocado por un tope
y un bache;
este ritmo
tan anodino y secreto;
esta turba de escuincles
que grita en el patio
de mi secundaria
a pleno pulmón;

estos suéteres atados a la cintura
porque no hay tiempo
que perder,
aunque las sombras lloren;

y este pensamiento de águila o halcón
cuando no puedo caer
ni de rodillas,
roto,
ante la mariposa
de recuerdos
que imagina
a mi cabeza.

3

La calle:
esa madrugada que rodaba
entre las piedras,
entre aquellos volcanes disminuidos
paso a paso,
aplastados por un devenir
venido a menos
afuera de la tienda,
allí, con los cascos de refrescos
y hallado en las bolsas de papas,
grasoso,
tanto que lucía translúcido
el destino;
allí,
en esa zozobra
de nuevo aparecía el ave:
su forma transfigurada
en anuncio comercial:
ridículo,
definitivo,
premonitorio.

Y tomé la calle
en bajada
e, igual que una piedra,
rodé, giré como el mundo
sobre mi propio eje
—columna—
y ese día naciente
creí ver ciertas chispas
de noche, aéreas,
rotas como macetas
fuera de casa vieja
y poderosas
como llanto de recién nacido
estallando en el corazón
de un consultorio
cualquiera;
y vi de nuevo al ave
en tu rostro y decidí
alejarme para protegerme
de su resplandor.

Imagen tomada de Esquina 32

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Escrito por:paginasalmon

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